En Luisiana, Estados Unidos, un área equivalente a más de una cancha de fútbol desaparece bajo el agua cada hora.
Los humedales costeros se están erosionando, y con el desvanecimiento del humedal se van las casas y las comunidades.
La cultura local cajún (descendiente de los acadianos, la minoría francesa que emigró desde Canadá) también se ve amenazada.
Paul Chiquet, un bibliotecario local mantiene un archivo de la vida en Bayou Lafourche, uno de los típicos brazos pantanosos de la región del delta del río Misisipí que culebrean hasta desembocar en el Golfo de México.
Chiquet mantiene un salón lleno de vitrinas, mapas, pinturas y fotografías.
También hay embarcaciones en miniatura y varias piraguas, las canoas de fondo plano que se usan para navegar el bayou, como se le dice en el léxico local al humedal.
La vida en Bayou Lafourche gira en torno al agua y el sueño de Chiquet es documentar la vida del pantano y las vidas que han pasado por allí.
"Bayou Lafourche es puro cajún", me dice Chiquet. "Todavía se encuentra todo tipo de comida cajún, música cajún".
Los cajún son descendientes de inmigrantes franceses que se trasladaron desde Canadá hasta el sur de Luisiana, a finales del siglo XVIII.
Los nombres locales reflejan esa herencia; Cheramie, Guidry, Terrebonne.
"Las industrias de aquí son el cultivo, la caza con trampa y la pesca", relata Chiquet de la vida tradicional cajún plasmada en su archivo.
"Todavía tienen sus botes, todavía salen a pescar y atrapar cangrejos". Y continúa siendo una comunidad de familia donde te sientas en el pórtico de la casa y cada domingo haces el "vellier", dice, utilizando la palabra cajún-francesa para la conversación entre familia y amigos.
Leevilee fue fundada en 1883. Menos de 150 años después, está a punto de desaparecer. La erosión es visible bajo los cimientos de las casas.
Una de las vitrinas documenta el primer asentamiento en la costa, en Cheniere Caminada. Cuando fue destruido por un huracán en 1893, la gente se trasladó río arriba.
En el cruce de dos canales fluviales fundaron pueblos en cada esquina; Missville, Orange City, Old Orange City y Leeville.
"Estos son huertos de naranjas", indica Chiquet en las fotografías que registran los pueblos en su auge. "Algodonales, cacería, árboles de duraznos, ganado, maíz, cultivos de verdura".
No es sorpresa que la gente en esas fotos desteñidas hayan desaparecido. Pero llama la atención que muchos de los lugares que muestran ya no existen.
Harris Cheramie se sienta en el pórtico del restaurante de mariscos Leeville Seafood, mirando hacia la única y polvorienta calle del pueblo. Solía ser una avenida principal hacia la costa, pero una nueva autopista elevada pasa por encima y esquiva el pueblo por completo.
"Yo preveo esto convirtiéndose en un lago", se lamenta Cheramie. "Me alegra que no estaré aquí para verlo".
Cheramie lleva operando el único restaurante de Leeville durante 18 años, sirviendo sopa de quimbombó, étouffée de camarones, cangrejo, ostras y otras especialidades cajún a los residentes y visitantes que llegan a pescar. Ha sido testigo de cómo se ha disminuido la población.
"Eso solía ser tierra, todo tierra", dice que las áreas que rodean Leeville. "Yo cazaba en la zona este de Leeville y te digo que era todo ciénaga, ya no hay nada".
Missville, Orange City y Old Orange City ya no existen. Leeville es la sombra del dinámico pueblo registrado en la exposición de Paul Chiquet.
En ese entonces, el pueblo tenía varios cientos de familias. Ahora cuenta con apenas unos cuantos residentes permanentes.
Donde había algodonales solo queda agua abierta. Las lápidas que quedan de lo que era un cementerio se están deslizando hacia el bayou.
La gente aquí ha sobrevivido varios huracanes, incluyendo Katrina, en 2005, y el derrame de petróleo de BP en 2010.
Sin embargo, su capacidad de recuperación está siendo puesta a prueba por una amenaza menos dramática, pero igual de peligrosa: la prolongada erosión de los pantanos y humedales que rodean Leeville y atraviesan la costa de Luisiana.
La tierra del delta del Misisipí fue creada por el sedimento depositado aguas abajo por el río cuando se inundaba. Pero a comienzos del siglo XX, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de EE.UU. construyó un sistema de diques para evitar que el Misisipi se desbordara.
Esto le trajo seguridad a la gente que vivía a la orilla. Pero sin el sedimento que se acumulaba para formar la tierra, ésta se ha ido hundiendo sin interrupción.
Si a esto se le suma el daño de los huracanes que regularmente arrasan esta parte de la costa, del agua salada que se filtra tierra adentro y mata la vegetación y de los canales excavados por la industria de gas y petróleo, lo que queda es un desastre ambiental en cámara lenta.
Más del equivalente de una cancha de fútbol desaparece cada hora. A medida que la tierra se erosiona, las personas en las comunidades costeras se trasladan a localidades y ciudades más grandes. Con la diáspora de esas pequeñas comunidades, las costumbres tradicionales también quedan amenazadas.
"Pertenezco a la última generación que habla francés aquí", afirma Cheramie. "Creo que nuestra cultura francesa está perdida". Con eso toda la apreciación por la vida en el pantano.
El idioma cajún-francés todavía sobrevive en sus canciones, pero el destierro del bayou también está afectando la música.
"Ser un cajún es amar, vivir y reír. Alguien que ama la cocina y la música", asegura. "Cuando se pierde la tierra, se pierde la gente y se pierde la cultura".
Roland Cheramie vive más arriba en el bayou, en Golden Meadow que, contrario a Leeville, está protegido de la erosión por un dique. Pero no se siente seguro.
"Es triste, es deprimente saber que muy posiblemente antes de que me muera voy a tener que irme de aquí, parar la vida en otra parte. ¡Qué locura!"
La realidad es que muchos jóvenes criados aquí terminarán yéndose de la costa.
Los hijos adultos de Chiquet ya se fueron y él está a punto de hacer lo mismo.
El principal motivo es el costo del seguro contra inundaciones y huracanes. En el nuevo lugar donde se mudará con su esposa la cuenta bajará de US$5.500 a $1.500 anuales.
Pero estarán abandonando la casa que ha estado en la familia de ella durante 132 años.
"Es una hermosa y gran casa cajún, cuatro generaciones han pasado por ella", me dice.
"Mi esposa está muy triste. Está dejando atrás parte de su corazón y eso es lo que los más viejos sienten cuando se van".
Es posible que la cultura cajún sobreviva. Siempre habrá música cajún en los bares de Nueva Orleans y étouffée de camarones en los menús de los restaurantes.
Pero de lo que se lamentan Paul Chiquet, Harris Cheramie, Roland y los otros que conocí en Bayou Lafourche es algo más grande que eso.
"Todo se volvió sobre petróleo y gas", dice Paul Chiquet de la vida en Bayou Lafourche. "No tiene que ver con la tradición ni la herencia ni el estilo de vida. Todo ha cambiado, ya todo es sobre el negocio".
Como la mayoría, Chiquet enfrenta su destino con una mezcla de pesar y pragmatismo.
"Es muy triste", dice de su mudanza, "pero eso es lo que es la vida".
Fuente: BBC Mundo
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